Exijo Ser un Héroe
Mi amigo Fernando tiene razón: es posible que ‘Mi Vida como Prisionero’ de Claudio Narea sea la primera biografía de un rockero contada en primera persona. Desde los prehistóricos textos de Tito Escárate y Fabio Salas, pasando por las expuestas vidas del trío de San Miguel bajo el prisma de Stock y Osses, o celebrando los rescates de ídolos como Luis Dimas y Cecilia, las obras literarias dedicadas a nuestros próceres musicales siempre son narradas por un tercero, un otro. Ello le da un valor aún más especial a la cruzada por contar su verdad que emprendió el guitarrista de Los Prisioneros.
Aclaro de inmediato: Narea nunca fue particularmente santo de mi devoción ni tampoco lo sentí como un estorbo para la banda: simplemente creo que daba lo mismo. Pero sí estoy de acuerdo en que Los Prisioneros históricos son tres y sin él, está claro que la banda se transforma en otra cosa. Esa misma presencia ‘fantasmal’ es la que convierte a su testimonio literario más en el relato de un testigo privilegiado que en la desclasificación de un protagonista y/o autor de tantos himnos generacionales.
Es obvio que para que un texto que viene del rock tenga tal exposición se hace necesaria cierta chimuchina. Por lo mismo, Narea no puede rehuir lo inevitable: relatar con lujo de detalles el triángulo amoroso que mató a Los Prisioneros y exponer la interna de la banda, describiendo a un Jorge González déspota y manipulador (¿en serio les sorprende?). Sin embargo, más allá de ese ‘gancho’ narrativo, yo prefiero rescatar este libro como un certero retrato de época que me dejó genuinamente emocionado.
Soy de San Miguel. Viví a dos cuadras del Liceo 6 Andrés Bello, el mismo de Jorge, Claudio, Miguel, mi papá y mi padrino. A los 8 años, cuando en mi casa sólo sonaba la música que ponía mi papi, el primer cassette propio que tuve fue uno regrabado que en el lado A tenía ‘La Voz de los 80’ y en el B, ‘Pateando Piedras’. Ocioso sería relatar cuántas veces lo escuché, lo retrocedí con un lápiz, o grité como mías las letras de Jorge. Cada uno tiene la vida que tiene y yo nunca tuve grandes carencias, pero los relatos del trío no me eran en absoluto ajenos.
Yo era muy chico y no entendía mucho de los tiempos que se vivían en términos políticos. Pero no hace falta entender nada cuando se sienten tanquetas en la noche, cuando estás jugando en una plaza y te tienen que echar sal bajo la lengua para escapar del efecto de las bombas lacrimógenas, o cuando se mete gente corriendo a tu colegio y los curas los esconden para salvarlos de los pacos. Eso se queda contigo.
Claudio cuenta de sus tiempos de liceano, cuando no le daban bola en las fiestas del León Prado o del Claretiano y también, del incierto futuro que le auguraba tras rendir la PAA. Yo me acuerdo que en 1987, ‘Exijo ser un Héroe’ era una canción que casi me sacaba lágrimas con eso de ‘la vida es cara y aburrida para darla por perdida’. Veía a los alumnos del liceo fiscal en que trabajaba mi mamá y todos eran una canción de Los Prisioneros viviente. Tener esperanza en el futuro era un trabajo de tiempo completo
Es bonito recordar, como lo hace Narea, cómo nacían las influencias en aquella época, sean musicales o de cualquier índole. Me acuerdo cómo el ejercicio de juntar la mesada de varias semanas se transformaba en llegar a tu pieza con las manos transpiradas y un disco en tus manos; o más que un álbum, con un oráculo para ver lo que te depararía el destino, como sugieren en ‘Casi Famosos’. Las remembranzas de Claudio al recomendarse música con Jorge me llevaron directo a 1992, cuando Mauricio Horment y yo (a cuadras del Liceo 6) veíamos los VHS de los Chili Peppers con la devoción de un Opus Dei. Era la primera vez de muchas cosas.
Impacta la precocidad de Los Prisioneros. Desde esas primarias ideas trazadas con Los Seudopillos y Las Vinchukas, sus letras llenas de corrosivo desamparo evidencian por partes iguales la genialidad y desolación que Jorge, Claudio y Miguel disfrazan con sarcasmos y caras serias. Tenían, ¿cuantos? 15, 16, 17 años y ya había más claridad en esos versos que en los últimos 20 años de música chilena.
No le veo el sentido a detenerse en las discusiones internas o en los entuertos posteriores. Me quedo con lo que me interesa: ‘Mi Vida como Prisionero’ es el testimonio más claro de que para formar una banda de rock, no necesitas ser un músico avezado: sólo basta que desees consagrar tu vida a la música. Esa historia ocurrió y más encima, a dos cuadras de mi casa.
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