El Gran Escape

Hace algunos días vi ‘El Curioso Caso de Benjamin Button’, motivado por la filmografía sobresaliente de David Fincher, el oscuro realizador que hizo cumbre con ‘Seven’ y ‘Zodiac’, y logró plasmar en imágenes la extrema amargura del escritor Chuck Palahniuk en ‘Fight Club’.
Mi desazón fue total tras las casi tres horas de metraje: a pesar de su premisa retorcida y finísima estética (de seguro ganará el Oscar por maquillaje, dirección artística y fotografía), la obra no es más que un ejercicio de estilo plagado de trampas montadas por un director experto en ellas (el final de ‘The Game’, las pistas falsas de ‘Zodiac’) que, esta vez disfrazó su propuesta con la armazón de los grandes blockbusters (el guionista es Eric Roth, el mismo de ‘Forrest Gump’), dejando la sensación de un trabajo por encargo con miras a la estatuilla dorada.

Tal vez lo único rescatable de ‘Button’ sea su tono: el filme sugiere con mirada voyerista lo extraño de este viaje llamado ‘vida’ y la cantidad de vueltas que da, haciendo estériles nuestros esfuerzos por mantener constantes deseos, pasiones, puntos de vista o intereses. Parece como si nos dijeran “no intentes encontrarle una explicación a esto porque no la vas a hayar”. De acuerdo.

Sam Mendes narra con el puntillismo de un cirujano la utopía de ser pareja y el desplome que se genera cuando los sueños individuales son más fuertes y el enamoramiento cumple su fecha de vencimiento. Frank dice sacrificarse por su familia en un empleo que no desea, pero le es infiel a su mujer; mientras tanto, April culpa a los que la rodean de sus frustradas expectativas como actriz y disfraza de objetivo familiar su deseo de moverse de ese ‘desencantado vacío’, como dice un personaje de la obra.
(Alarma de spoiler) Cierto: el filme es cualquier cosa menos amable. Desde el momento en que April dice “no puedo estar aquí y tampoco puedo estar allá’, una bomba de tiempo se activa. Los últimos 20 minutos de verdad me provocaron un calambre en el estómago: ahí vemos a una mujer que puede ser mi mamá, mi vecina o una amiga luchando con todas sus fuerzas contra la predestinación de una vida rutinaria y sin desafíos, inundada de la desesperanza que tan claramente graficaron autores como Carver y Cheever.

En la última escena, Mendes sugiere con dolorosa acidez que en muchas instancias, la vida en pareja no es cosa de atracción sino de acostumbramiento. No es lo que nos gusta ver ni escuchar, pero mira a tu alrededor y pregúntate si es mentira.
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