El Gran Escape
Están las películas que proponen una verdad y las que saben que no hay ninguna; están las que muestran la vida que queremos y las que exhiben la que realmente vivimos. Hay películas con vocación de “lindas” y otras que son todo lo contrario.
Hace algunos días vi ‘El Curioso Caso de Benjamin Button’, motivado por la filmografía sobresaliente de David Fincher, el oscuro realizador que hizo cumbre con ‘Seven’ y ‘Zodiac’, y logró plasmar en imágenes la extrema amargura del escritor Chuck Palahniuk en ‘Fight Club’.
Mi desazón fue total tras las casi tres horas de metraje: a pesar de su premisa retorcida y finísima estética (de seguro ganará el Oscar por maquillaje, dirección artística y fotografía), la obra no es más que un ejercicio de estilo plagado de trampas montadas por un director experto en ellas (el final de ‘The Game’, las pistas falsas de ‘Zodiac’) que, esta vez disfrazó su propuesta con la armazón de los grandes blockbusters (el guionista es Eric Roth, el mismo de ‘Forrest Gump’), dejando la sensación de un trabajo por encargo con miras a la estatuilla dorada.
No hay tono sepia que valga cuando tienes personajes que no avanzan. A pesar de narrar la vida completa del tipo que nace como viejo y muere como un niño, no hay progresión en la historia: ni él ni su objeto de romance aprenden de sus errores, se redimen, o aplican las lecciones que entrega el camino recorrido. Son 165 minutos que dan vueltas en redondo, con loops sin sentido (la mujer que conoce en Rusia…¿?) y numerosas despedidas y reencuentros entre Benjamin (Brad Pitt) y Daisy (Cate Blanchett), adornados por creativas tomas y crescendos musicales que tratan de tapar el vacío de una trama que es pura forma.
Tal vez lo único rescatable de ‘Button’ sea su tono: el filme sugiere con mirada voyerista lo extraño de este viaje llamado ‘vida’ y la cantidad de vueltas que da, haciendo estériles nuestros esfuerzos por mantener constantes deseos, pasiones, puntos de vista o intereses. Parece como si nos dijeran “no intentes encontrarle una explicación a esto porque no la vas a hayar”. De acuerdo.
Pero días después vi ‘Revolutionary Road’, el filme basado en el relato de Richard Yates. Frank (Leo DiCaprio) y April (Kate Winslet, deslumbrante) son los Wheeler, una pareja joven que vislumbra una vida familar en los suburbios junto a sus hijos y una cómoda casa. Pero ellos, arrogantes y/o ambiciosos creen que esa no es la existencia que se merecen: aspiran a algo más y eso es a vivir en Paris.
Sam Mendes narra con el puntillismo de un cirujano la utopía de ser pareja y el desplome que se genera cuando los sueños individuales son más fuertes y el enamoramiento cumple su fecha de vencimiento. Frank dice sacrificarse por su familia en un empleo que no desea, pero le es infiel a su mujer; mientras tanto, April culpa a los que la rodean de sus frustradas expectativas como actriz y disfraza de objetivo familiar su deseo de moverse de ese ‘desencantado vacío’, como dice un personaje de la obra.
(Alarma de spoiler) Cierto: el filme es cualquier cosa menos amable. Desde el momento en que April dice “no puedo estar aquí y tampoco puedo estar allá’, una bomba de tiempo se activa. Los últimos 20 minutos de verdad me provocaron un calambre en el estómago: ahí vemos a una mujer que puede ser mi mamá, mi vecina o una amiga luchando con todas sus fuerzas contra la predestinación de una vida rutinaria y sin desafíos, inundada de la desesperanza que tan claramente graficaron autores como Carver y Cheever.
Si en ‘American Beauty’ se valió de lo teatral y caricaturesco, en ‘Revolutionary Road’, Sam Mendes propone naturalismo hiperrealista: sus personajes son inconsecuentes, cobardes, egoístas y desleales. En una palabra, humanos. Al final la triste April, decepcionada de su proyecto en común e imposibilitada de cumplir sus expectativas individuales, buscará en un acto terminal el libre albedrío que tanto ansía.
En la última escena, Mendes sugiere con dolorosa acidez que en muchas instancias, la vida en pareja no es cosa de atracción sino de acostumbramiento. No es lo que nos gusta ver ni escuchar, pero mira a tu alrededor y pregúntate si es mentira.
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