felipe arratia

Thursday, March 26, 2009

Yo Soy el Cantante

Un par de semanas sin escribir. Digamos que mi propia contingencia se vio algo movida, y eso llevó a que no hubiera review del correcto show de Keane el pasado 05 de marzo. Sobre Peter Gabriel tampoco hablaré porque sólo me quedé media hora por motivos de pega, aunque de lo que vi me encantaron ‘Steam’ y ‘Blood of Eden’, y luego supe que subió a los Inti Illimani para hacer dos canciones juntos. El inglés lucía muy mayor, pero su voz está intacta.

Han sido días agitados: el martes 24 en el Sheraton vi a Mike Patton hablando todo el tiempo en italiano con los tanos del grupo Zu, mientras los convocaba a una ronda de pisco sour. Y el miércoles 25 a las 13:50 hrs. presencié junto a 10 personas la silenciosa llegada de los Radiohead al Hyatt, tal vez aletargados por la extensa noche de carrete en Buenos Aires. Sólo Ed O'Brien hizo un atisbo de saludo, pero Thom Yorke se sumergió en sus lentes oscuros.

Pero donde nos detendremos es en la noche ‘rockera’ del Pepsi Fest, la del miércoles 25. Movistar Arena : 21 horas, y sin siquiera precisar que se apaguen las luces del recinto, el proyecto Zu está en escena. Una película se proyecta en las pantallas gigantes sugiriendo un aire de banda incidental para el enésimo proyecto de Patton. En tanto, él y los miembros del grupo lucen máscaras de luchadores. Los guardias que los acompañan a los costados, también.

Es inservible hablar de setlist en un show como este. Patton no quiere que cantemos con él ni que lo acompañemos de forma alguna: la invitación es a vivir una experiencia. Y para ello son útiles los chillidos, susurros, aullidos, silbidos y cualquier variante sonora posible que pueda emitirse por una garganta. Como era de esperar, los italianos que lo acompañan son excepcionales instrumentistas que manejan tempos con precisión sobrehumana sin creerse el cuento del ‘virtuoso’. Un saxo alto, un bajo y una batería son los aliados del ex Faith No More, quien por largos pasajes se apoya en unas tornamesas para extraer distintos tipos de artículos para filtrar su registro infernal.

Para Patton, todo es juego: al público que corea su apellido, les responde ‘Puto, Puto’; ni se inmuta cuando se le acercan un par de escupos que tratan de evocar la imagen de ese show del ’95 en el Teatro Caupolicán; y ante la arremetida de un fan que trata de abrazarlo en escena, sólo atina a no moverse mientras dos gorilas de seguro le quebrarán las piernas en backstage a ese pobre pastel.

Las estrofas y estribillos aquí no corren; los mensajes, tampoco: la forma es el fondo. Esto es una obra de teatro sin principio ni final. Y si a alguien le quedaban dudas que el hombre es un romántico, nada mejor que una versión de ‘Crying’ de Roy Orbison cantada en italiano. Qué situación más “Patton”. A estas alturas, más que un apellido, un adjetivo calficativo.

Sigamos adelante. Las noticias que se comentaban sobre Chris Cornell no eran alentadoras: el rockstar venía en vuelo directo desde Dallas y había perdido una conexión aérea. Por la tarde, los rumores sugerían lo peor. Su set fue modificado para cerrar la jornada: correcta decisión ya que llegó a Chile a eso de las 21:30 horas, cuando Patton ya estaba en escena. Finalmente, a las 22:55 horas emergió el grunge hero, enfundado en chaqueta de cuero negro, jeans gastados y más chascón de lo que lo recordaba. Un aire a Sergio Lagos, digamos.

Cornell escogió partir por ‘Scream’, su disco ultra pop (producido por Timbaland), y se mandó de una con ‘Part of Me’ y ‘Time’ que para ser sinceros, no desentonaron al sonar más orgánicas. ‘You Know my Name’ y ‘No Such Thing’ recordaron su pasado más inmediato con el inadvertido CD, ‘Carry On’. Lo único que preocupaba es que, por pauta, el de Seattle tenía 90 minutos para tocar, muy lejos de las casi tres horas que hizo en el Espacio Riesco 15 meses atrás.

Pero el hombre se nos empezó a entusiasmar, y las joyitas empezaron a caer. Tras despojarse de la chaqueta y sembrar el delirio femenino, Cornell pasó por caja con ‘Spoonman’. Sin pajearse con versiones raras, la hizo a la pata y en el embale, se mandó ‘Show me How to Live’ de Audioslave y el primer momento Kodak de la noche: la memorable ‘Hunger Strike’ de Temple of the Dog.

Tras media hora en escena, Chris Cornell se apropió del lugar: dejó de pasearse como león enjaulado y adquirió pose rockera. Mirando a los ojos de sus fans, se dejó llevar por sus agudos y siguió dosificando: un himno de estadios (‘Be Yourself’) y un rock con bolas (‘Rusty Cage’). Así nos fuimos.

Pero antes, y repitiendo el esquema de la visita anterior, pidió cancha para él solo y montó un set acústico que se extendió mucho más de lo esperado, incluso por él mismo. Partió con un peak llamado ‘Fell on Black Days’, sumó esa oscurísima versión de ‘Billie Jean’ de Michael Jackson, y regaló otra vez esa maravilla llamada ‘Seasons’, esta vez junto a sus músicos tomando las acústicas.

De vuelta a la electricidad, Cornell no paró más de remecernos. Partió piolita con ‘Gasoline’ y ‘Watch Out’, pero con ‘Burden in muy Hand’ y especialmente con ‘Pretty Noose’, se puso al día. Esa fue mi favorita de la jornada. Para el final, qué mejor que desempolvar ‘Outshined’ y ‘Jesus Christ Posse’, dos temas pasados a camisa leñadora. A esas alturas, Cornell ya había formalizado su romance con Chile, declarándonos ‘el mejor público del mundo’.

El inevitable cierre llegó con sorpresas: una apabullante versión de ‘Inmigrant Song’ de Led Zeppelin, sumado a la que faltaba: ‘Black Hole Sun’, en versión karaoke con las 12 mil almas gritándola a coro. Habían pasado dos horas y 25 minutos. Sí, la hizo de nuevo: Cornell no se sabe editar. Lo quiere cantar todo y nosotros, felices lo escuchamos. Eso sí, las piernas me estaban matando. De hecho, nos salimos del Arena cuando regaló ‘Like Suicide’ de yapa. Es bonito como imagen: quedó la sensación de que uno se fue, y Chris Cornell sigue cantando.

Llegó el turno para Radiohead en Chile.

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