Sensatez y Sentimientos
No llegué sólo a Frida Kahlo, pero obviamente su imagen icónica es de aquellas que uno conoce de muy chico. Primero, es una señora de bigotes; luego, una señora de bigotes muy famosa, y al final, una estampa con la que no puedes permanecer indiferente. Frida Kahlo te obliga a tomar partido: o la rechazas o te conmueves.
Reconozco que las nociones básicas de su historia las conocí por la película de Salma Hayek (según la irónica revista Blender, ‘la única mujer que podía hacer ver hot a Frida’), pero creo que caché realmente el rollo de la mina cuando una artista igual de intensa, independiente, arriesgada e instintiva me habló de ella.
Gracias a esta persona me di cuenta de que, sin proponérselo, Frida Kahlo, se transformó en la encarnación de la pasión, el sufrimiento y la inexistencia de límites entre vida y obra. Ella ERA sus creaciones y, claro, viceversa. Ver sus pinturas y empatizar con ellas es encontrarse cara a cara con una angustia profunda, una incomodidad que no se resuelve con analgésicos ni parchecitos.
Por lo mismo, me pareció super lógico que en mis días en el DF, me hiciera el espacio para ir a la ‘colonia’ de Coyoacán, a la famosa ‘casa azul’, el lugar donde Frida Kahlo y Diego Rivera mantuvieron una residencia intermitente en los últimos años de vida de ambos.
Pasearse por esos habitaciones colorinches me impactó más que varios museos a los que fui antes: vi los retratos que Frida hizo de sus padres, sus cartas, y esculturas varias, hasta llegar a una salita pequeña donde habían dos de sus clásicos trajes, más una réplica del cuadro ‘Las Dos Fridas’ y una carta donde ella explica de dónde viene ese ‘otro yo’. No sé que pasó, pero algo me hizo click y emocionalmente me desarmé. Muy raro todo.
Más adelante era posible encontrarse con lugares como la cocina y la sala de estar, y subiendo el segundo piso, encontramos el despacho de Diego Rivera, y la mítica cama de Frida, uno de los lugares más importantes para sus obras. Ese fue un peak de la visita, al igual que encontrarse con su certificado de defunción.
Al terminar el paseo formal y dar unas vueltas por los jardines de la casona, la sensación era muy extraña. He ido a un montón de museos y ‘lugares históricos’ donde no se me movió ni un pelo de emoción. Pero acá era diferente. Por alguna razón, enganché completamente con la desfachatez e irreverencia de una mujer que, lejos de maquillar sus defectos, los destacaba. Opciones extremas. No sé, en ese jardín, a pesar de no estar con nadie, me sentí muy acompañado.
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