Don't Stop Believin'
DOMINGO, DIA 3 LOLLAPALOOZA
La extenuante jornada de la noche anterior hizo estragos. Decidimos a conciencia perdernos a la nueva protegida de Kanye, Kid Sister, y a los muy shúper, Brazilian Girls. Arrastrando los pies, arribamos pasado de las 3 de la tarde justo para los latidos ochenteros de Chromeo. El cielo está cubierto con nubarrones, pero el calor aturde igual.
Ya estoy instalado en el stage MySpace. Chromeo en la cancha. P-Thugg y Dave 1 hacen bailar a la audiencia con ‘Tenderoni’: el primero, de gorro y lentes a lo ‘Footloose’, es un señor camino a la obesidad, dato que no sería relevante si no fuera porque no lleva polera; el segundo, de chaqueta blanca y lentes a lo ‘Risky Business’, es el cantante, guitarrista y compositor de este proyecto que pretende traer al 2008 las líneas de sintetizadores que lucían tan modernas en ‘Miami Vice’.
‘Call me Up’ es puro vocoder que recuerda a C Funk, aunque con una base igualita al ‘Give it to me Baby’ de Rick James. P-Thugg juega con sus múltiples efectos de voz entre tema y tema tras uno de los peaks del set, ‘Bonafied Lovin’. El payaseo del músico da paso a ‘You’re So Gangsta’, la canción que los dio a conocer. Más tarde, tocan ‘Momma’s Boy’, un lento que roba sin culpa a Hall and Oates; volvemos a la misma idea: luce como un sarcasmo bien urdido, pero la verdad es que estos chicos están enamorados de ese sonido. Rick Springfield y Rockwell estarían orgullosos….
Poco antes del fin de Chromeo me fui a dar vueltas. Era momento para aprovechar de cumplir con todos mis pendientes y uno de ellos era la compra de merchandise. Luego, con mi pizza y un litro de Gatorade, me eché en el pasto a escuchar el relajado set de Iron & Wine. Herederos de una extensa y rica tradición en lo que se conoce como ‘americana’ (rock+folk+blues), el grupo del barbudo Samuel Beam mostró los pergaminos que lo han llevado a ser una parada obligada de la escena.
Considerando que sigo muy cansado, opto por moverme con bastante anterioridad al escenario Citi. Tengo mucha curiosidad por ver el set del DJ del momento, Girl Talk, una máquina del Mash Up, que genera hits a punta de guiños de otras creaciones. Sus referencias son inmejorables. Antes, el extrañísimo Saul Williams presenta su show que mezcla hip hop, drum and bass y un sonido industrial que recuerda de inmediato al productor de su disco, nada menos que Trent Reznor.
El sector está sobrepoblado. Miles de jóvenes esperan por Girl Talk con plumas a lo apache adornando sus orejas. Es la moda para hoy. 15 minutos antes del comienzo del set, escucho que en el stage AT&T comenzó Gnarls Barkley. Espero haber hecho lo correcto, pienso. Sobre el escenario que está a mi vista sólo hay una mesa, un notebook que dice ‘GT’ en letras rosadas y a los costados, dos mesas enormes con cientos de rollos de confort encima.
De chaqueta de buzo roja y cintillo (obvio) negro aparece Gregg Gillis, o sea Girl Talk. No viene solo: lo acompañan dos personas disfrazadas de policías que lanzarán al público los rollos de confort, y otras treinta que han sido invitadas a bailar sobre el escenario. Sí, treinta. El delirio es total: los samples se suceden uno tras otro con el único objetivo de que te muevas. El promedio de borrachos en el sector aumenta peligrosamente, y hay muchos empujones por querer llegar más cerca del DJ. La fiesta no puede ser más prendida: la partida es con NERD y Spencer Davis Group, seguidos por Weezer, Elton John, Jay Z, M.I.A., The Emotions, Kim Carnes y un eterno etcétera. Todo le sirve a este reciclador para entretener. Tras media hora, intento salir para ver algo de Gnarls Barkley; la salida es caótica y me tardo 15 minutos en un espacio de 40 metros. Corro y logro llegar a las últimas tres canciones del dúo: ahora suena ‘Who’s Gonna Save my Soul’, una de mis favoritas de su última placa, ‘The Odd Couple’.
De camisa blanca, Cee-Lo Green luce más gordo que nunca: su cabeza calva y mirada penetrante asusta de verdad; en cambio, Brian ‘Danger Mouse’ Burton pasa ultra piola tocando el piano como un músico de apoyo más. Sólo lo acusa su chaqueta color mostaza, lentes de sol fashion y corbata de humita al tono. La verdad es que cuando la escuché, me pareció familiar, pero sólo al regresar a Chile supe que el track siguiente que escuché era ‘Reckoner’, una jugada versión de Radiohead.
Cee-Lo Green le pide un favor a la gente: “Can you please lose your fuckin minds for me?”. OK, Cee-Lo. Para el cierre, se mandan ‘Smiley Faces’ y volvemos a correr al stage MySpace. Ahora es Mark Ronson el que empieza a tocar. El productor de moda en el Reino Unido está despidiendo ‘Version’, su disco de covers con arreglos de Big Band; su banda luce elegantemente vestida y para comenzar, se apoya con un cuarteto de cuerdas compuesto sólo por chicas para hacer una notable ‘Eleanor Rigby’.
Mark Ronson, el hijo de una socialité y un millonario, viste un sobrio terno gris. Trata de tocar la guitarra como un rockero, pero no puede evitar que todos sus movimientos se vean excesivamente refinados. Lo que viene es ‘Apply Some Pressure’, el instrumental que versiona el hit de Maximo Park. Lo divertido llega con la irrupción del MC local, Rhymefest, quien se une a Ronson en escena para interpretar ‘Toxic’. Sí, la de Britney. Hay tres vientos, teclado, bajo, batería y claro, la guitarra del productor estrella, el mismo que “inventó” a Lily Allen y Amy Winehouse.
Es una tragedia, pero los festivales son así: debo irme. Más tarde me enteraría que me perdí covers de Kaiser Cheifs, Coldplay, Radiohead y otras. Para la otra será. Es hora de volver al stage AT&T para asegurarme un buen lugar para Kanye West. Esperando al rapero, me llama poderosamente la atención que el 90% del público es blanco; Francine, la del House of Blues, tenía razón. Y eso que a la misma hora, Nine Inch Nails presenta disco nuevo en el escenario opuesto. Por todos lados, un rumor suma gran expectación: Barack Obama presentará al moreno.
A la señal de movimiento sobre el escenario, todos nos paramos para ver si el demócrata aparece: no es así. El juego de luces me enceguece, el sonido de las bases satura a propósito y el MC emerge solitario desde un lugar indefinido. Kanye West en escena. La apertura es con ‘Good Morning’, el track inaugural del magnífico ‘Graduation’. Kanye salta sin descanso enfundado en una parka blanca, enormes lentes oscuros y una descuidada barba de una semana. Sin pausa, le sigue ‘I Wonder’, esa J-O-Y-A de la producción con ese final donde el bombo queda solo, dando vueltas en círculos.
Kanye es todo en este concierto, y él así lo prefiere: el show empieza y termina en él; los músicos de apoyo lucen casi escondidos en el fondo del escenario mientras él se atora lanzando rima tras rima en ‘Through the Wire’, y ‘Champion’. Un gran peak llega con ‘Diamonds from Sierra Leone’, con el público completo alzando las manos en forma de diamantes. De ahí para adelante, el show se vuelve una catarata de hits que sólo se verá interrumpida por las permanentes bravatas de Kanye autoproclamándose lo mejor que le pasó a la humanidad después de la rueda.
Lo que viene es glorioso: Kanye se manda una versión perfecta de ‘Flashing Lights’, que llega pegadita con ‘Homecoming’ y las múltiples referencias del MC a su condición de local, evocando el momento en que se su mamá decidió que empezarían una nueva vida en Chi-town, cuando sólo tenía 3 años. "7915 South Shore Drive”, repetía una y otra vez rememorando la ubicación de su hogar cuando pequeño.
En la previa a ‘Touch the Sky’, Kanye dice que no hay nada malo en compararse con James Brown o Jimi Hendrix e invita a los presentes a hablarle de él a sus hijos y hermanos menores. La super pop ‘Gold Digger’ y la marcial ‘Jesus Walks’ completan un set ganador que no da tregua. Kanye sale del escenario. El regreso es emotivo: el moreno vuelve a hablar de su madre y con honesta conmoción interpreta ‘Hey Mama’, esa oda mamona que cobró una nueva dimensión tras la partida de Donda West. A pesar de toda la parafernalia externa, la versión es sentida y genera verdaderos nudos en la garganta. Es la cara humana de West, la que lo engrandece, la que permite hablar de un ‘artista’; la otra cara es la euforia de esas canciones que parece cantarse a sí mismo, las que tienen aire a auto-ayuda, pero gozan de estribillos irresistibles.
Eso es lo que pasa cuando se escucha en todo el parque ‘Don’t Stop Believin’, ese himno de Journey que ha tenido un saludable segundo aire: el tema es la intro que Kanye ha usado en todo su tour ‘Glow in the Dark’ para dar paso a ‘Stronger’, su mayor hit reciente, que interpreta en versión XXL, alargándola en varias ocasiones haciendo que esto parezca mucho más un show de rock que de hip hop. Nadie puede decir lo contrario: Kanye mojó la camiseta. Es un entertainer innato que necesita todo el tiempo de nuestra aprobación y no lo niega.
La salida del parque es lenta. No doy más, pero los vi a todos. Saldé deudas grandes con mi adolescencia: tras haber visto a Red Hot, Pearl Jam, Chris Cornell (haciendo tracks de Soundgarden), Beck y Bjork, los únicos íconos noventeros que me faltaban eran Rage Against the Machine y Radiohead.
¿Seguirá mi adicción a estos festivales?
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