Everything In Its Right Place
VIERNES, DIA 1 LOLLAPALOOZA
Son las 12:35 del viernes 01 de agosto de 2008. Es la hora de entrar al Grant Park de Chicago para comenzar a vivir el festival Lollapalooza y mi pie me está matando. Estoy en un Wallgreen hablando con una farmacéutica para tratar de adormecer la molestia. Unos cuantos Ibuprofeno a la vena, 2 litros de agua para llevar y seguimos caminando por Jackson St. rumbo al parque.
Es fácil saber donde queda el evento. Son hordas de personas que se dirigen al mismo lugar y basta con seguirlas hasta encontrarse con el gigantesco inflable con el nombre del festival. Tras 45 minutos de larga espera en la fila, es nuestro turno: revisión básica de mi bolso y ya estamos adentro. El Grant Park es gigantesco y la jornada, muy larga. Temo por mi pie.
Al entrar con Nacho, hacemos un recorrido por el lugar. Recibimos nuestros libritos con la programación, y nos vamos al puesto de merchandise a vitrinear. Luego, paseando por Northpalooza, nos encontramos con varios stands de comida sana, además de hartos locales de venta de lentes, sombreros y chalas. Lo más llamativo: el Obama Store, puesto promocional para el candidato demócrata donde se insta a los presentes a inscribirse para votar y se venden poleras, chapitas y otras chucherías del senador por Illinois.
14:15 horas: en el escenario Bud Light parte el show de los ingleses The Go! Team. Comandados por la morena Ninja, el grupo es un pastiche de estilos que nunca pierde de vista el pop. Es como si sus canciones nacieran con estribillos pegajosos y luego se encargaran de ensuciarlas a punta de capas y capas de noise. La excéntrica presencia de dos integrantes orientales colabora en presencia escénica y el sonido de las dos baterías hace más denso el sonido mientras la vocalista baila, salta, grita y suda como condenada.
Antes de que acabe ese show, corro al escenario Playstation para quedar en segunda fila. Duffy aparece puntual: es su debut en Chicago y luce algo nerviosa. Abre a capella con ‘Syrup & Honey’. Luce vestido azul, cinturón blanco, y aros con forma de corazón. Es como una bandera yanqui. Sobre el escenario se ve musicalmente muy arropada: dos guitarras, teclado, bajo, batería y percusión. Compañía musical no le falta.
De pelo tomado, la galesa juega con el micrófono en ‘Rockferry’ y hace gala de su voz nasal en ‘Hangin’ on Too Long’, un tema que evoca al ‘I Heard it through the Grapevine’, del maestro Marvin Gaye. Duffy abre aún más sus ojos transparentes y no puede evitar gritar ‘It’s Hot in here, Chicago!’. El primer orgasmo de la tarde llega con la hipnótica ‘Serious’, el tema con el que más abandona la pose de niña juguetona y se asume como gata sexy.
Duffy tiene sólo un disco en la calle, así que para matizar un poco, qué mejor que un cover de los Stones. Suena una versión ralentada y aguardentosa de ‘Cry to Me’, y más tarde la rubia le dedica ‘Delight Devotion’ a un hombre que "me amó demasiado tarde”. Sobre el final se manda el lado B, ‘Please’, pero el cierre no puede ser otro: ‘Mercy’ suena fuerte y clara, y permite que Duffy vuelva a mostrar el poder de su voz. Es el final perfecto: nace una estrella, señores.
Mientras el público se retira a otros escenarios, yo me quedo estático y al frente comienza el rock a la Led Zeppelin de los Black Keys. Sonido sucio y largas barbas es lo que alcanzo a divisar antes de darme cuenta de que a un costado del stage de Duffy está pasando muy piola Perry Farrell, el mentor de este evento y alma de Jane’s Addiction. Tras largos minutos de pegarle varios gritos, logro atraer su atención y hablamos por breves segundos. Nos tomamos la foto de rigor y es momento de moverse. Me doy una vuelta en busca de líquido, y hago algo de hora a la espera de Chan Marshall, la magnética Catpower.
Un tecladista con look gótico, un baterista cuarentón y el certero guitarrista Judah Bauer (Jon Spencer) le cuidan las espaldas a Catpower quien, tras una intro, emerge zigzagueante enfundada en jeans gastados y un polera roja con una leyenda que dice ‘People Have the Power’. Esa camiseta luchará todo el set por bajar desde su hombro izquierdo sumando tensión a un escenario que es una olla a presión.
La voz de Chan es puro blues: sentida, intensa, afectada. Te remece sin pausa con olas vocales aterciopeladas y esa pasión con la que se apropia de canciones ajenas como ‘New York’ o ‘Fortunate Son’. No hay comunicación con la audiencia: la nena canta para exorcisar demonios, no para congraciarse con personas; por lo mismo, su único diálogo es interior y su sola preocupación son los acoples cada vez más constantes del inadvertido bajista. Chan no sabe de quietud: se moverá como una pantera de lado a lado del escenario durante el resto del set, sin encontrar jamás la calma; a veces, para dialogar con el tipo de la mesa de sonido, y también, para testear el alcance del cable de su mic.
De cualqier modo, los imprevistos son parte natural del paisaje en un show de Catpower y no alcanzan a empañar canciones gloriosas como ‘Lived in Bars’ o ‘The Greatest’. El fin del set de Catpower marca la cuenta regresiva para Radiohead. De aquí en adelante el minuto cero será el momento en que Yorke y compañía comiencen a hacer magia. Pero falta para eso. Han comenzado los Raconteurs en el stage Bud Light y están dando un show de la puta madre. No hay caso con Jack White: a pesar de eludir el protagonismo sumándose a un cuarteto, su guitarra está fuera de control y hace que Brendan Benson y el bajista de lentes gruesos, Jack Lawrence, se vuelvan meros objetos decorativos.
En los 25 minutos que alcanzo a ver de Raconteurs, Jack White corta una cuerda de su guitarra, obliga al público a múltiples ovaciones en medio de los temas, toca canciones que no salen en ningún disco y sentado al piano, se despacha un lento asombroso. No lo puedo creer: ya son las 18:40 horas y si mis cálculos son correctos, más vale que vuele al escenario AT&T, en el otro extremo del parque. En el camino, intento sin éxito chequear algo del show de los Cool Kids (revelación actual del hiphop gringo) y paso de largo por el set de Cansei de Ser Sexy (ya los veré). Ni hablar de Bloc Party. Falta una hora para el minuto cero, pero el escenario AT&T está peligrosamente atestado. Este es el único día que agotó tickets y los mismos gringos se ven particularmente ansiosos por ver a Radiohead; de hecho, a la hora de su show no habrá otros conciertos en paralelo. Ya somos 70 mil personas en la explanada más grande del Grant Park.
Esto se traduce en estar peligrosamente atrapado entre la masa con 30 grados a la sombra. No son las mejores condiciones para ver a Radiohead, pero es lo que hay no más. Con rigurosa puntualidad, los de Oxford emergen a las 20 horas con los acordes marcianos de ’15 Step’. A la izquierda del escenario, una bandera con el símbolo de la liberación del Tíbet tapa uno de los sintetizadores. Thom Yorke comienza con sus espasmos.
Debo ser honesto: aún no me comprometo emocionalmente tanto con ‘In Rainbows’; por eso mismo, lo que AHORA suena es lo que me deja en el suelo. Es ‘Airbag’, el track inaugural de ‘OK Computer’. Es Radiohead: es el soundtrack de nuestros tiempos, es la verdadera claustrofobia, el vacío infinito. Por un rato, el quinteto no deja de lanzar hits: suenan ‘There There’ y la grandiosa ‘All I Need’, entre otras.
El grupo se ve cohesionado en escena pero hay dos elementos que se destapan del pelotón: uno obviamente es Thom Yorke, quien provee de humanidad a una máquina demasiado aceitada para parecer con vida; el otro es Johnny Greenwood: el músico dejó hace rato de remitirse sólo a la guitarra, y navega entre cables, máquinas de samples y teclados sin rumbo definido.
A ambos costados del escenario, las pantallas gigantes se partieron en 8 recuadros sólo para este show. ¿Qué proyectan? Provistos de cámaras fijas e invasivas por todos lados, los Radiohead convierten las big screens en otra performance más. Una bien shockeante, por lo demás.
A la altura de ‘The National Anthem’, la tecnología de iluminación LED provista por la banda comenzó a robarse la película. Con distintos colores, tonos e intensidades, el juego de luces deslumbró por sí solo y entregó el mood perfecto a cada una de las canciones. Sobre la mitad del set, el grupo comenzó a regalar gemas inolvidables: ‘No Surprises’, ‘Lucky’ y en especial, ‘The Bends’ (la guitarra de Johnny!!), desembolsaron recuerdos y desgarraron viejas heridas.
Dicen que los campeones también necesitan una pizca de suerte. Es lo que pasa en ‘Everything In Its Right Place’: sobre el final de la canción, el sector posterior al parque se ve inundado por las luces de un festival de fuegos artificiales que vienen de un lugar indefinido. En ese marco suena mi peak de la noche, ‘Fake Plastic Trees’. Imborrable.
El día ha sido largo y mi pie ha pasado la prueba con no poca dificultad. Por eso, el bis de Radiohead emerge como un bonus inesperado. La banda sigue regalando maravillas y se despachan ‘Paranoid Android’ y una versión francamente sublime de ‘House of Cards’. Tanto así, que Thom Yorke acusa lo abrumada que está la audiencia. ‘You are Quiet’, Chicago’, dice antes de mandarse con ‘Optimistic’. Tras una nueva salida, el grupo regresa para el epílogo: ‘2+2=5’ y el gran final con ‘Idioteque’. Es un final tan radical, tan poco rockero, tan anti clímax que, por insólito que parezca, la multitudinaria audiencia se retira en silencio.
Es como si cada uno pensara en su propio vacío y en cómo ‘Idioteque’ se convirtió en una canción que representa tan bien un estado de ánimo tan masivo. Al menos, yo pienso en eso.
Es hora de dormir. Al día siguiente hay un encuentro histórico con Rage Against the Machine.
1 Comments:
Felipe,
que manera de envidiar tu posibilidad de verlos. Un amigo también los vio hace como un mse, pero en Barcelona, quedó maravillado, me dijo que era para llorar de principio a fin, que son todas las emociones juntas y a una. Ojalá los podamos ver pronto por acá, creo que nos lo deben con creces.
Me atrevo a aventurar que en Chile Radiohead, puede ser como los Stones en Argentina.
Post a Comment
<< Home