Dios es una Superstición
Salir aturdido del cine no pasa todos los días. Por eso, mientras dura hay que disfrutarlo. Eso es lo que viví con ‘There Will Be Blood’, la joya cinematográfica del año. Esta es la película que pondrá definitivamente en los libros de historia a Paul Thomas Anderson, el mejor narrador de historias de su generación, y nuevamente a Daniel Day Lewis, el único actor capaz de crear a un monstruo tan astuto, codicioso, mezquino y maquiavélico como Daniel Plainview. ‘There Will Be Blood’, la épica ambientada en el auge petrolero de comienzos del siglo XX, es una película mayor, un clásico instantáneo.
Daniel Plainview no es un personaje; es una persona. Y eso hace que todo sea aún más terrorífico. Recién en la mitad de los 160 minutos de metraje lo vemos desenmascarado. Antes, él se plantea en reuniones de negocios como un hombre franco, un ‘oilman’ que habla sin rodeos y va directo al grano. Pero en toda ambición material, y por consecuencia, en el sistema capitalista, unos tienen que aplastar a otros. Daniel reconoce odiar a los seres humanos, y tener la capacidad para percibir lo peor de sus semejantes. Además, afirma sentirse todo el tiempo en medio de una competencia.
El filme trata de muchas cosas, aunque su director se desmarque y sostenga que sólo buscó hacer una gran película de acción en la tradición de viejos clásicos como “El Tesoro de Sierra Madre” de John Huston. La búsqueda de petróleo de Daniel y su amoral explotación a cualquier precio son la columna vertebral de un filme que puede ser sobre Irak, pero también sobre el deseo de trascendencia de alguien que estaba condenado a ser uno más del montón como todos nosotros.
Daniel no es un villano de cartón tipo “saga-de-James-Bond”: su perforación a lo más profundo de la tierra es también una excavación al interior de sí mismo. Su desprecio por la raza humana se agudiza con la aparición de Henry Plainview, quien encarna su genuina (y fallida) esperanza por formar parte de algo, y en lo posible, una familia.
La aparición del pastor Eli Cash (Paul Dano, el péndex mudo de “Little Miss Sunshine”) será el contrapunto para las intenciones mundanas de Daniel. Eli vende ilusiones espirituales en envase de sermones religiosos, pero también lo vemos exigiendo dinero para la iglesia y recriminando a su padre por vender sus tierras a un precio ridículo. Viendo las reales intenciones de Eli y Daniel notamos que no sólo estamos rodeados de mentirosos, sino que nosotros somos cómplices al dejar que los charlatanes entren en nuestras vidas y nos mientan.
Daniel no está solo: H.W. es el hijo que le da sentido a su ambición ilimitada, la prolongación de su ‘obra’. Pero el vínculo es utilitario: H.W. no tiene a nadie en el mundo, y Daniel necesita una pantalla que lo haga ver más humano ante sí mismo y los demás. El destino de H.W. será la cruz, la gota que rebalsa el vaso para que Daniel abandone cualquier vestigio de empatía.
Todo lo anterior no nos prepara para los últimos 20 minutos del filme, donde la inhumanidad de Daniel cobra dimensiones de epopeya, donde se encontrará de frente con las consecuencias de las opciones que tomó. Y una frase, una entre muchas sobresalientes, nos queda dando vueltas: “Soy un falso profeta, y Dios es una superstición.”
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