felipe arratia

Sunday, August 09, 2009

Go Insane

Con los años, a ‘Magnolia’ cuesta un poco seguirla en esas eternas tardes de TV cable; al revés, ‘Boogie Nights’ crece y crece como la espuma: esa estructura teatral de auge, caída y redención con el Valle de San Fernando como telón de fondo la ha convertido en clásico y le ha dado carne al estereotipo de la costa californiana como el lugar donde los sueños se alcanzan pero las pesadillas llegan para quedarse.

La hippie ‘Rollergirl’, el paternal Jack Horner, la atormentada Amber Waves y el ambicioso Dirk Diggler existen. ‘Yo los vi’, parece que dijera Carol. Carol es Carol Ann Harris, una rubia flaca y rica que tras su ‘prom’ en el pueblito de Tulsa se va a Los Angeles a perseguir sus ilusiones de trabajar en el mundo de la música. Parece película, pero en los ’70 todas las historias parecen listas para ser llevadas a la pantalla grande.

Un buen día, Carol estaba trabajando en un estudio de grabación y se topó con un ruliento galán de barba, ojos claros y jeans ajustados. Tenía nombre de mina, -Lindsey-, y sin que se lo preguntaran, le contó que acababa de terminar con su polola con nombre de hombre, -Stevie-, pero que igual tenía que verla y compartir con ella todos los días porque eran parte de la misma banda, de Fleetwood Mac (en adelante, FM).

Así comienza ‘Storms’, la narración de Carol Ann Harris sobre sus años como pareja de Lindsey Buchingham, su entrada al círculo íntimo de FM y sus salvajes vivencias en primera persona del significado de la palabra ‘rock and roll’. Sus años de ‘Almost Famous’. Sus años de Penny Lane.

En rigor, el relato está lejos de ser brillante. Carol es redundante y se detiene de forma insistente en su amor de geisha hacia Lindsey, en lo difícil que es competir con una mina tan admirada como Stevie Nicks y en cómo ella posterga una y otra vez sus proyectos personales con tal de no interferir con la adquirida condición de musa. Sin embargo, a pesar de lo anterior, en estas páginas hay algo único: la posibilidad de mirar por la rendija, de viajar en una maleta, de mimetizarse por un rato en ese espejo donde se posan rayas, rayas y más rayas blancas. Y simplemente ser testigo de cómo tipos corrientes se convierten en leyendas.

El grueso de los libros sobre artistas pop son autobiografías políticamente correctas que rara vez escarban en la mugre o detallados textos de periodistas mateos que tratan de reproducir momentos, lugares y situaciones que no vivieron. Aquí es distinto. Carol sí estuvo y no tiene ninguna atadura en contar cómo era realmente la interna de una de las bandas más desatadamente carreteras de todos los tiempos. Si el libro estuvo parado por motivos legales más de una década, por algo era.

Ella lo aclara desde el principio: su afán no era develar copuchas, sino exorcisar sus demonios, sacarse un peso de encima, liberarse. Carol dice a cada rato que ama con el alma la música de FM, y de hecho, queda la sensación de que se guarda muchas cosas que podrían comprometer aún más a los implicados. Es más: ella es la primera en reconocer lo inmersa que estuvo en la cocaína y cuánto le costó salir de ese pozo.

Carol Ann presencia el suceso histórico del disco ‘Rumours’, con sus millones de copias y su triunfo en el Grammy, y luego vive el desborde creativo de Lindsey Buckingham que daría origen al LP ‘Tusk’. Tal como la muerte de Little Bill marca el fin de los ‘70 en ‘Boogie Nights’, el comienzo de los ’80 se vive en FM como la caña más infernal posible tras un carrete de cinco años al hilo. La gira de 14 meses de ‘Tusk’ deja millonarias pérdidas, Mick Fleetwood se divorcia y declara en bancarrota, John McVie lucha contra el alcoholismo, Christine McVie tiene un tempestuoso romance con Dennis Wilson de los Beach Boys (quien muere ahogado en 1983), Stevie Nicks pierde a su mejor amiga por un cáncer y no se le ocurre nada mejor que casarse con el viudo, en medio de su voraz drogadicción. ¿Y Carol? Carol devela aquí el secreto más sórdido. La blonda cuenta cómo el intenso Lindsey, -quizás uno de los mejores guitarristas rítmicos de la historia-, la golpeó duramente en reiteradas ocasiones sin motivo alguno.

La propia Carol Ann cierra la etapa de un modo que huele a declaración de principios, tras la mini gira del CD ‘Mirage’ de 1982: “Aunque las drogas y el alcohol se consumían como agua, parecían generar un mínimo efecto en elevar los espíritus o cambiar los apáticos ánimos. La banda estaba aburrida, y sólo llevábamos dos semanas de gira. La electricidad en el aire, que siempre estuvo presente antes de cada concierto, ya se había ido. Y a nadie parecía importarle. (…) Ellos deseaban un largo break de FM y ya todo les importaba un carajo: los récords de ventas, los fans o el futuro de la banda que los había convertido en superestrellas. Por ahora, la fiesta había terminado. Y justo cuando parecía que las cosas no podían empeorar más, eso fue lo que pasó”.

Algo tiene California. Beach Boys, The Doors, Red Hot Chili Peppers, Eagles, Mamas and the Papas y Guns and Roses tienen algo en común. Es música triste y alegre, con euforia y melancolía. Son esas baladas en que Fleetwood Mac desnudaban sus ansiedades y añoranzas con envoltorio limpio e interior oscuro. Palmeras, playa y bronceados. Expectativas excesivas que casi nunca se alcanzan. A veces puede ser mejor no mirar por la rendija.

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