felipe arratia

Saturday, August 15, 2009

Yo Tuve la Mejor Flor

Hay ocasiones en que simplemente SIENTES que estás en el momento y lugar correctos, y sólo te queda dar gracias. Estar en tercera fila del Teatro Teletón viendo a Aimee Mann cantar ‘Wise Up’ es uno de ellos.

Cuando aún no nos recuperábamos de la visita de la visceral Catpower, la ex voz de ‘Til Tuesday anunció sorpresivo arribo a Chile. Todos la vinimos a conocer con el iluminado soundtrack de ‘Magnolia’, pero antes y después hay gemas igual de poderosas. Sin ir más lejos, el reciente ‘@$%&*! Smilers’ (léase ‘Fuckin’ Smilers’) suena como las canciones que haría una amiga con la que disfrutas burlándote de la gente.

21:10 horas. En el recinto de calle Mario Kreutzberger ya no cabe un lais Sub 40 más. En mi siempre ambivalente condición de acreditado (nunca se sabe si quedarás muy bien o muy mal ubicado), deambulo por los asientos de avanzada y me quedo en la tercera fila a la derecha, rogando que no llegue el verdadero dueño de la silla. Será la mejor decisión de la noche: a mi alrededor todos los espacios se completan, menos el mío. Las luces se van.

La rubia aparece primero. La siguen sólo dos secuaces, los multiinstrumentistas Jamie Edwards y Jebin Bruni quienes, a punta de pianos, teclados y sintetizadores multiefectos, sostendrán el nuevo formato en vivo que Aimee estrenó en Sudamérica. Ante el aplauso efusivo, ella opta por partir con explicaciones: “Cuando armé este show, tuve que volver a escuchar viejos discos míos, así que voy a tocar temas que casi nunca toco”. Todo dicho y nos fuimos: ‘The Moth’ es la portada. Aimee Mann despliega su tono lánguido que parece la de una narradora que ya ha presenciado todas las historias que existen. Los teclados suenan como un pedal steel y sólo falta la bola con moho para completar la escena de una carretera vacía y polvorienta.

La esposa del músico Michael Penn (chequear ‘No Myth’) se confiesa: “Les cuento que tuve que viajar 17 horas desde Los Angeles a Buenos Aires. Creo que por eso estoy un poquito enferma”. Tal vez por lo mismo, se da un gusto y toca su regalona, ‘Nightmare Girl’ (lado B del disco ‘Lost in Space'), con la compañía de una escolar flauta dulce y esa letanía final que reza ‘Things Are Getting Weirder’. Pero lo mejor llega después: es ‘Momentum’, el circense track que sirve de telón de fondo para la presentación de personajes en ‘Magnolia’. Efectivamente el registro de Mann se siente algo rasposo, pero no llega a ser un problema y mucho menos cuando la pega con ‘Build that Wall’, otra joyita –apoyada con secuencias- de la peli de Paul Thomas Anderson.

Esta nunca la toco en vivo” dice, y se manda ‘I’m with Stupid’ solita con la acústica. Sobre el final sus colegas la apoyarán cuando ella cante eso de ‘I don’t even know you anymore’. Al final se alejará del micrófono y la veremos más cerca. Aimee Mann, -largo y liso pelo rubio, ojos muy azules-, usa lentes ópticos que acusan sus casi 50 años, además de una chaqueta de plush, chaleco gris y una corbata de líneas rojas y verdes. Sus jeans y bototos de hombre completan el cuadro, haciéndola ver como una profesora guapa o la mamá de un amigo tuyo a la que miras con otros ojos.

La salud no mejora: Aimee tose y tose, entre tragos de agua para aclarar la garganta. En ‘Amateur’ adopta pose rockera y se calza el bajo, y luego en ‘This is How it Goes’ agarra la flauta dulce reconociendo que “llevo sólo dos semanas tocando esto. Cuesta mucho que suene bien”. Divertida por su ocurrencia, saca la flauta de su boca y dice: ‘Perdón, estoy medio volada con los remedios’.

Cualquier cosa que se haya dicho antes palidece a las 21:48 horas con los primeros acordes de ‘Wise Up’. El alma de ‘Magnolia’ simplemente detiene el tiempo y es el único track de la noche que saca aplausos espontáneos en medio de su interpretación. Como si no fuera suficiente, Aimee hace gala de su célebre ironía y anuncia lo que viene: “Esta canción esuvo nominada a un Oscar y perdió. Le ganó una de Phil Collins….bueno, escuché que él está retirado por estos días”. ‘Save Me’ completa el cuadro y queda la injusta sensación de que ya sonó todo lo que vinimos a escuchar.

Tras ‘You Could Make a Killing’, Aimee introduce dos ‘little’: “Me gusta la idea de ciertos pequeños desastres manejables. Ahora tocaremos ‘Little Tornado’ y ‘Little Bombs", dice. ¿Será un guiño a ‘Little Earthquakes’ de Tori Amos? Mmmm. La primera es laxa y cierra con silbidos; la segunda tiene más marcha y se apoya levemente en la percusión de Jebin Bruni.

Thirty One Today’ es el preludio ideal para la rutilante ‘Freeway’. El tema que abre ‘@$%&*! Smilers’ es un botín por el que Regina Spektor habría asesinado: pide airplay a gritos y tiene un magnífico arco emotivo cuando el registro de Aimee se eleva entonando eso de ‘You’ve Got a lot of Money, but you can’t Afford the Freeway’.

Sigamos. En teoría, ‘One’ (una más del consagrado soundtrack) debería haber sido otro punto alto, pero no todos los tracks soportan este formato más unplugged y el tema que abre ‘Magnolia’ (que está cumpliendo 10 años, ¿eh?) luce despojado y carente de peso sin los ruiditos creados por Jon Brion. Tras ‘Borrowing Time’ la rubia dice adiós, aunque no hace esperar su retorno a escena.

La gente le grita nombres de canciones (yo grité ‘Driving Sideways’) y ella, embalada, dice que “puedo tocar todo lo que me pidan”. Ahí el delirio se torna peligroso y Aimee vuelve a la mesura: “OK, un par de canciones más”. La primera del bis es a pedido y se llama ‘Guys Like Me’. Queda claro que la cosa es espontánea porque la nena le pregunta a sus músicos en qué acorde iba esa.

Luego, solita con la guitarra, se manda ‘Red Vines’, su viejo single del ‘Bachelor Nº2’, presentado como “una canción acerca de Paul Thomas Anderson”. Qué lindo es sentir que ahora uno tiene un solo grado de separación con el maestro. Ja.

Sobre el final, Aimee se nos emociona y reconoce: “Estuve muy enferma estos dos días. Hoy estuve calentando mi voz por horas. Estaba aterrada de haber venido de tan lejos y no poder tocar. Gracias por todo”. Y el agradecimiento no paro ahí: la bella recogió dos pedidos del público y cerró con ellos: ‘Driving Sideways’ (Yes!) e ‘Invisible Ink’. Entre medio, preguntó qué tan bueno era ese famoso licor llamado ‘pisco’ que le habían dejado en backstage y la gente le gritó sus recetas para tomarselo. Lo que se llama un ambiente ‘en familia’.

Aimee nos quedó debiendo su ochentoso hit ‘Voices Carry’ (en Argentina lo hizo), pero con todos los regalos entregados, no nos podemos quejar. O bueno, tal vez sí: ¿Cuándo demonios traen a Fiona Apple? Ah?

Setlist: The Moth / Nightmare Girl / Momentum / Build that Wall / I’m with Stupid / Amateur / This is How it Goes / Wise Up / Save Me / You Could Make a Killing / Little Tornado / Little Bombs / Thirty One Today / Freeway / One / Borrowing Time / Guys Like Me / Red Vines / Driving Sideways / Invisible Ink

Tuesday, August 11, 2009

Bailarina en la Oscuridad


SHARON TATE (1943-1969)

No creas ni por un segundo que no te tuve en mis recuerdos este domingo. Cuarenta años después, sigues siendo motivo de fascinación absoluta. Reportajes especiales, en Los Angeles Times, New York Times, Pagina 12 y Newsweek.

Sunday, August 09, 2009

Go Insane

Con los años, a ‘Magnolia’ cuesta un poco seguirla en esas eternas tardes de TV cable; al revés, ‘Boogie Nights’ crece y crece como la espuma: esa estructura teatral de auge, caída y redención con el Valle de San Fernando como telón de fondo la ha convertido en clásico y le ha dado carne al estereotipo de la costa californiana como el lugar donde los sueños se alcanzan pero las pesadillas llegan para quedarse.

La hippie ‘Rollergirl’, el paternal Jack Horner, la atormentada Amber Waves y el ambicioso Dirk Diggler existen. ‘Yo los vi’, parece que dijera Carol. Carol es Carol Ann Harris, una rubia flaca y rica que tras su ‘prom’ en el pueblito de Tulsa se va a Los Angeles a perseguir sus ilusiones de trabajar en el mundo de la música. Parece película, pero en los ’70 todas las historias parecen listas para ser llevadas a la pantalla grande.

Un buen día, Carol estaba trabajando en un estudio de grabación y se topó con un ruliento galán de barba, ojos claros y jeans ajustados. Tenía nombre de mina, -Lindsey-, y sin que se lo preguntaran, le contó que acababa de terminar con su polola con nombre de hombre, -Stevie-, pero que igual tenía que verla y compartir con ella todos los días porque eran parte de la misma banda, de Fleetwood Mac (en adelante, FM).

Así comienza ‘Storms’, la narración de Carol Ann Harris sobre sus años como pareja de Lindsey Buchingham, su entrada al círculo íntimo de FM y sus salvajes vivencias en primera persona del significado de la palabra ‘rock and roll’. Sus años de ‘Almost Famous’. Sus años de Penny Lane.

En rigor, el relato está lejos de ser brillante. Carol es redundante y se detiene de forma insistente en su amor de geisha hacia Lindsey, en lo difícil que es competir con una mina tan admirada como Stevie Nicks y en cómo ella posterga una y otra vez sus proyectos personales con tal de no interferir con la adquirida condición de musa. Sin embargo, a pesar de lo anterior, en estas páginas hay algo único: la posibilidad de mirar por la rendija, de viajar en una maleta, de mimetizarse por un rato en ese espejo donde se posan rayas, rayas y más rayas blancas. Y simplemente ser testigo de cómo tipos corrientes se convierten en leyendas.

El grueso de los libros sobre artistas pop son autobiografías políticamente correctas que rara vez escarban en la mugre o detallados textos de periodistas mateos que tratan de reproducir momentos, lugares y situaciones que no vivieron. Aquí es distinto. Carol sí estuvo y no tiene ninguna atadura en contar cómo era realmente la interna de una de las bandas más desatadamente carreteras de todos los tiempos. Si el libro estuvo parado por motivos legales más de una década, por algo era.

Ella lo aclara desde el principio: su afán no era develar copuchas, sino exorcisar sus demonios, sacarse un peso de encima, liberarse. Carol dice a cada rato que ama con el alma la música de FM, y de hecho, queda la sensación de que se guarda muchas cosas que podrían comprometer aún más a los implicados. Es más: ella es la primera en reconocer lo inmersa que estuvo en la cocaína y cuánto le costó salir de ese pozo.

Carol Ann presencia el suceso histórico del disco ‘Rumours’, con sus millones de copias y su triunfo en el Grammy, y luego vive el desborde creativo de Lindsey Buckingham que daría origen al LP ‘Tusk’. Tal como la muerte de Little Bill marca el fin de los ‘70 en ‘Boogie Nights’, el comienzo de los ’80 se vive en FM como la caña más infernal posible tras un carrete de cinco años al hilo. La gira de 14 meses de ‘Tusk’ deja millonarias pérdidas, Mick Fleetwood se divorcia y declara en bancarrota, John McVie lucha contra el alcoholismo, Christine McVie tiene un tempestuoso romance con Dennis Wilson de los Beach Boys (quien muere ahogado en 1983), Stevie Nicks pierde a su mejor amiga por un cáncer y no se le ocurre nada mejor que casarse con el viudo, en medio de su voraz drogadicción. ¿Y Carol? Carol devela aquí el secreto más sórdido. La blonda cuenta cómo el intenso Lindsey, -quizás uno de los mejores guitarristas rítmicos de la historia-, la golpeó duramente en reiteradas ocasiones sin motivo alguno.

La propia Carol Ann cierra la etapa de un modo que huele a declaración de principios, tras la mini gira del CD ‘Mirage’ de 1982: “Aunque las drogas y el alcohol se consumían como agua, parecían generar un mínimo efecto en elevar los espíritus o cambiar los apáticos ánimos. La banda estaba aburrida, y sólo llevábamos dos semanas de gira. La electricidad en el aire, que siempre estuvo presente antes de cada concierto, ya se había ido. Y a nadie parecía importarle. (…) Ellos deseaban un largo break de FM y ya todo les importaba un carajo: los récords de ventas, los fans o el futuro de la banda que los había convertido en superestrellas. Por ahora, la fiesta había terminado. Y justo cuando parecía que las cosas no podían empeorar más, eso fue lo que pasó”.

Algo tiene California. Beach Boys, The Doors, Red Hot Chili Peppers, Eagles, Mamas and the Papas y Guns and Roses tienen algo en común. Es música triste y alegre, con euforia y melancolía. Son esas baladas en que Fleetwood Mac desnudaban sus ansiedades y añoranzas con envoltorio limpio e interior oscuro. Palmeras, playa y bronceados. Expectativas excesivas que casi nunca se alcanzan. A veces puede ser mejor no mirar por la rendija.