felipe arratia

Thursday, August 21, 2008

Don't Stop Believin'

DOMINGO, DIA 3 LOLLAPALOOZA

La extenuante jornada de la noche anterior hizo estragos. Decidimos a conciencia perdernos a la nueva protegida de Kanye, Kid Sister, y a los muy shúper, Brazilian Girls. Arrastrando los pies, arribamos pasado de las 3 de la tarde justo para los latidos ochenteros de Chromeo. El cielo está cubierto con nubarrones, pero el calor aturde igual.

Ya estoy instalado en el stage MySpace. Chromeo en la cancha. P-Thugg y Dave 1 hacen bailar a la audiencia con ‘Tenderoni’: el primero, de gorro y lentes a lo ‘Footloose’, es un señor camino a la obesidad, dato que no sería relevante si no fuera porque no lleva polera; el segundo, de chaqueta blanca y lentes a lo ‘Risky Business’, es el cantante, guitarrista y compositor de este proyecto que pretende traer al 2008 las líneas de sintetizadores que lucían tan modernas en ‘Miami Vice’.

Call me Up’ es puro vocoder que recuerda a C Funk, aunque con una base igualita al ‘Give it to me Baby’ de Rick James. P-Thugg juega con sus múltiples efectos de voz entre tema y tema tras uno de los peaks del set, ‘Bonafied Lovin’. El payaseo del músico da paso a ‘You’re So Gangsta’, la canción que los dio a conocer. Más tarde, tocan ‘Momma’s Boy’, un lento que roba sin culpa a Hall and Oates; volvemos a la misma idea: luce como un sarcasmo bien urdido, pero la verdad es que estos chicos están enamorados de ese sonido. Rick Springfield y Rockwell estarían orgullosos….

Poco antes del fin de Chromeo me fui a dar vueltas. Era momento para aprovechar de cumplir con todos mis pendientes y uno de ellos era la compra de merchandise. Luego, con mi pizza y un litro de Gatorade, me eché en el pasto a escuchar el relajado set de Iron & Wine. Herederos de una extensa y rica tradición en lo que se conoce como ‘americana’ (rock+folk+blues), el grupo del barbudo Samuel Beam mostró los pergaminos que lo han llevado a ser una parada obligada de la escena.

Considerando que sigo muy cansado, opto por moverme con bastante anterioridad al escenario Citi. Tengo mucha curiosidad por ver el set del DJ del momento, Girl Talk, una máquina del Mash Up, que genera hits a punta de guiños de otras creaciones. Sus referencias son inmejorables. Antes, el extrañísimo Saul Williams presenta su show que mezcla hip hop, drum and bass y un sonido industrial que recuerda de inmediato al productor de su disco, nada menos que Trent Reznor.

El sector está sobrepoblado. Miles de jóvenes esperan por Girl Talk con plumas a lo apache adornando sus orejas. Es la moda para hoy. 15 minutos antes del comienzo del set, escucho que en el stage AT&T comenzó Gnarls Barkley. Espero haber hecho lo correcto, pienso. Sobre el escenario que está a mi vista sólo hay una mesa, un notebook que dice ‘GT’ en letras rosadas y a los costados, dos mesas enormes con cientos de rollos de confort encima.

De chaqueta de buzo roja y cintillo (obvio) negro aparece Gregg Gillis, o sea Girl Talk. No viene solo: lo acompañan dos personas disfrazadas de policías que lanzarán al público los rollos de confort, y otras treinta que han sido invitadas a bailar sobre el escenario. Sí, treinta. El delirio es total: los samples se suceden uno tras otro con el único objetivo de que te muevas. El promedio de borrachos en el sector aumenta peligrosamente, y hay muchos empujones por querer llegar más cerca del DJ. La fiesta no puede ser más prendida: la partida es con NERD y Spencer Davis Group, seguidos por Weezer, Elton John, Jay Z, M.I.A., The Emotions, Kim Carnes y un eterno etcétera. Todo le sirve a este reciclador para entretener. Tras media hora, intento salir para ver algo de Gnarls Barkley; la salida es caótica y me tardo 15 minutos en un espacio de 40 metros. Corro y logro llegar a las últimas tres canciones del dúo: ahora suena ‘Who’s Gonna Save my Soul’, una de mis favoritas de su última placa, ‘The Odd Couple’.

De camisa blanca, Cee-Lo Green luce más gordo que nunca: su cabeza calva y mirada penetrante asusta de verdad; en cambio, Brian ‘Danger Mouse’ Burton pasa ultra piola tocando el piano como un músico de apoyo más. Sólo lo acusa su chaqueta color mostaza, lentes de sol fashion y corbata de humita al tono. La verdad es que cuando la escuché, me pareció familiar, pero sólo al regresar a Chile supe que el track siguiente que escuché era ‘Reckoner’, una jugada versión de Radiohead.

Cee-Lo Green le pide un favor a la gente: “Can you please lose your fuckin minds for me?”. OK, Cee-Lo. Para el cierre, se mandan ‘Smiley Faces’ y volvemos a correr al stage MySpace. Ahora es Mark Ronson el que empieza a tocar. El productor de moda en el Reino Unido está despidiendo ‘Version’, su disco de covers con arreglos de Big Band; su banda luce elegantemente vestida y para comenzar, se apoya con un cuarteto de cuerdas compuesto sólo por chicas para hacer una notable ‘Eleanor Rigby’.

Mark Ronson, el hijo de una socialité y un millonario, viste un sobrio terno gris. Trata de tocar la guitarra como un rockero, pero no puede evitar que todos sus movimientos se vean excesivamente refinados. Lo que viene es ‘Apply Some Pressure’, el instrumental que versiona el hit de Maximo Park. Lo divertido llega con la irrupción del MC local, Rhymefest, quien se une a Ronson en escena para interpretar ‘Toxic’. Sí, la de Britney. Hay tres vientos, teclado, bajo, batería y claro, la guitarra del productor estrella, el mismo que “inventó” a Lily Allen y Amy Winehouse.

Es una tragedia, pero los festivales son así: debo irme. Más tarde me enteraría que me perdí covers de Kaiser Cheifs, Coldplay, Radiohead y otras. Para la otra será. Es hora de volver al stage AT&T para asegurarme un buen lugar para Kanye West. Esperando al rapero, me llama poderosamente la atención que el 90% del público es blanco; Francine, la del House of Blues, tenía razón. Y eso que a la misma hora, Nine Inch Nails presenta disco nuevo en el escenario opuesto. Por todos lados, un rumor suma gran expectación: Barack Obama presentará al moreno.

A la señal de movimiento sobre el escenario, todos nos paramos para ver si el demócrata aparece: no es así. El juego de luces me enceguece, el sonido de las bases satura a propósito y el MC emerge solitario desde un lugar indefinido. Kanye West en escena. La apertura es con ‘Good Morning’, el track inaugural del magnífico ‘Graduation’. Kanye salta sin descanso enfundado en una parka blanca, enormes lentes oscuros y una descuidada barba de una semana. Sin pausa, le sigue ‘I Wonder’, esa J-O-Y-A de la producción con ese final donde el bombo queda solo, dando vueltas en círculos.

Kanye es todo en este concierto, y él así lo prefiere: el show empieza y termina en él; los músicos de apoyo lucen casi escondidos en el fondo del escenario mientras él se atora lanzando rima tras rima en ‘Through the Wire’, y ‘Champion’. Un gran peak llega con ‘Diamonds from Sierra Leone’, con el público completo alzando las manos en forma de diamantes. De ahí para adelante, el show se vuelve una catarata de hits que sólo se verá interrumpida por las permanentes bravatas de Kanye autoproclamándose lo mejor que le pasó a la humanidad después de la rueda.

Lo que viene es glorioso: Kanye se manda una versión perfecta de ‘Flashing Lights’, que llega pegadita con ‘Homecoming’ y las múltiples referencias del MC a su condición de local, evocando el momento en que se su mamá decidió que empezarían una nueva vida en Chi-town, cuando sólo tenía 3 años. "7915 South Shore Drive”, repetía una y otra vez rememorando la ubicación de su hogar cuando pequeño.

En la previa a ‘Touch the Sky’, Kanye dice que no hay nada malo en compararse con James Brown o Jimi Hendrix e invita a los presentes a hablarle de él a sus hijos y hermanos menores. La super pop ‘Gold Digger’ y la marcial ‘Jesus Walks’ completan un set ganador que no da tregua. Kanye sale del escenario. El regreso es emotivo: el moreno vuelve a hablar de su madre y con honesta conmoción interpreta ‘Hey Mama’, esa oda mamona que cobró una nueva dimensión tras la partida de Donda West. A pesar de toda la parafernalia externa, la versión es sentida y genera verdaderos nudos en la garganta. Es la cara humana de West, la que lo engrandece, la que permite hablar de un ‘artista’; la otra cara es la euforia de esas canciones que parece cantarse a sí mismo, las que tienen aire a auto-ayuda, pero gozan de estribillos irresistibles.

Eso es lo que pasa cuando se escucha en todo el parque ‘Don’t Stop Believin’, ese himno de Journey que ha tenido un saludable segundo aire: el tema es la intro que Kanye ha usado en todo su tour ‘Glow in the Dark’ para dar paso a ‘Stronger’, su mayor hit reciente, que interpreta en versión XXL, alargándola en varias ocasiones haciendo que esto parezca mucho más un show de rock que de hip hop. Nadie puede decir lo contrario: Kanye mojó la camiseta. Es un entertainer innato que necesita todo el tiempo de nuestra aprobación y no lo niega.

La salida del parque es lenta. No doy más, pero los vi a todos. Saldé deudas grandes con mi adolescencia: tras haber visto a Red Hot, Pearl Jam, Chris Cornell (haciendo tracks de Soundgarden), Beck y Bjork, los únicos íconos noventeros que me faltaban eran Rage Against the Machine y Radiohead.

¿Seguirá mi adicción a estos festivales?

Monday, August 18, 2008

They Say Jump, You Say ‘How High’


SABADO, DIA 2 LOLLAPALOOZA

El relajo ha sido la tónica del viaje. Nacho y yo hemos optado por levantarnos tarde todos los días; después de todo, estamos de vacaciones. Pero hoy es la excepción: los Ting Tings son un imperdible y tocan antes de las 13 horas. Tomo algunos analgésicos para mi pie en desgracia, y vamos rumbo a la estación Jefferson Park. Al llegar ahí, una hora nos separa del downtown.

Evitaré los detalles, pero todo lo que pudo pasar para retrasarnos, ocurrió. Con la moral muy baja y algo de cojera entro al Grant Park a las 12:35. Increíble pero cierto: lo logramos. Corremos al escenario AT&T y logramos ubicarnos muy bien. Diez minutos después, Katie White y Jules De Martino están a la vista. ‘We Walk’ abre los fuegos para meternos en onda.

Los Ting Tings llamaron mi atención desde que vi la guapa estampa de Katie en una foto de Pitchfork tras su exitazo en el evento SXSW. Su nombre tan onomatopéyico se me quedó de inmediato. Y cuando escuché su música, sigo pensando en lo incomprensible que es que las radios más poperas no toquen su disco de corrido.

En vivo, la dupla confirma mis sospechas. La pegajosa ‘Great DJ’ se impone por sí sola en Chicago, aunque sus intérpretes no dan el triunfo por sentado: Jules marca el pulso y Katie salta y corre de lado a lado haciendo complejo el intento por sacarle fotos.

En rigor, son unos debutantes. Eso explica el horario, mas no lo familiares que son sus temas para el público masivo que lo corea todo y se ríe con las referfencias de Katie a la mejor calidad de los baños de este backstage (comparado con los de Glastonbury) o a la borrachera que se mandaron la noche anterior. Tras repasar su placa debut, ‘That’s not my Name’ marca un punto de inflexión. Una vez más, la canción suena a mil cosas que ya escuché y, sin embargo, sale airosa.

Luego, el grupo se juega por ‘We Started Nothing’, el sicodélico y extenso cierre de su única placa, pero antes de irse, se mandan una performance que ya es un ‘clásico’: ‘Shut Up and Let me Go’, su mejor canción, con el final de Katie golpeando animadamente un bombo. Esta canción es la pegada perfecta para ‘Take me Out’. No hay que ser John Peel para darse cuenta de que estos dos la van a romper en el corto plazo.

Me voy a recorrer el lugar. El destino es Kidzpalooza, una idea magnífica que da esperanza. Es un stage orientado a los niños de 12 años para abajo: ahí se les tiñe el pelo, se les ponen tatuajes temporales, se les enseña a estampar poleras, a rapear y a bailar break dance. ¿Qué tal? Es mi idea del paraíso si tuviera 10 años.

Foals comienza en el escenario Citi: había escuchado muchos comentarios positivos, pero opté por guardar puesto para ver a MGMT desde una mejor ubicación. Hace un calor violento y ello se traduce en que a mi alrededor hay abundancia de chicas más que lindas esperando en bikini y pegadas a sus pipas generando la mayor nube de marihuana de todo el evento. Cuando la dupla de Brooklyn toma el escenario MySpace, se escuchan gritos de excitación.

VanWyngarden y Goldwasser dicen ‘Hi, we’re Radiohead’ y aparecen apoyados por otros tres músicos de apoyo, uno de los cuales es un baterista salido de ‘Almost Famous’: pelo largo, bigote irónico, cintillo en la frente y una polera negra que dice ‘Heavy Metal’. MGMT capta perfecto la sensibilidad Sub 23 respecto del pasado: no hay división entre homenaje y burla a la hora de guiñar al pasado, sea en look, música o actitud.

El comienzo es sin prisa. ‘Of Moons, Birds and Monsters’ y la marchosa ‘Weekend Wars’ abren el show como si de una fogata en ácido se tratara. Es así: se equivoca quien crea que ‘Time to Pretend’ es el tema que los define; MGMT es jam, es libertad de estilos y no tienen la menor intención por estacionarse en uno solo. Alrededor mío, chicas con anteojos vintage y chicos con cintillos a lo Bjorn Borg corean las letras de ‘Pieces of What’, un lento con pasta de clásico de culto.

Seamos sinceros: en el CD debut de esta dupla hay tres candidatas a ‘canción del año’ que se descuadran tanto que hacen que el resto del set pase a segundo plano. Por eso, a los primeros acordes de ‘Electric Feel’ la locura de morenas, rubias, latinas y brunettes es total. Es el segundo orgasmo del fin de semana (después de ‘Serious’ de Duffy). Andrew juega con microsegundos de silencios y deja la pausa exacta para que el coro reviente en un público ávido de gritar “Uh!” y “Ah!“.

Ben no da descanso y sus teclados irrumpen con ‘Time to Pretend’, ganadora desde ya a la mejor intro de canción del 2008. Con la distancia del tiempo, uno suele recordar instantes muy puntuales de estas vivencias. La mía es estar en el centro de un desfile de cuerpos sudorosos, erráticos, decadentes y perdidos coreando “This is our decision, to live fast and die young”, mientras saltamos sin parar bajo el sol abrasador de Chicago. Inolvidable.

Tras el respiro de ‘The Handshake’, Andrew se pone un poncho aún más sicodélico para dar paso a la pistera ‘Kids’. Tanto él como Ben abandonaron sus instrumentos y se ponen en el centro del stage arengando a un público que ya perdió toda compostura y sólo salta y baila. Es el clímax. MGMT han hecho uno de los mejores sets de Lollapalooza 2008.

Hora de darse un par de vueltas: almuerzo de rigor con un litro de agua y deep dish Pizza para el bajón. Me voy a echar al pasto mientras suenan los muy indies Explosions in the Sky. Al otro extremo del Grant Park, Brand New convoca a la generación emo. En el sector de las firmas de autógrafos, MGMT agotan sus discos y se hacen esperar ante una fila de más de 100 personas.

Es momento de cruzar el parque de punta a punta porque se acerca el show de Lupe Fiasco. El meteórico éxito del artista local se grafica bien con sus presencias en el festival: hace dos años llegó acompañando a Kanye West y en el 2007, arribó como figura emergente. Como para marcar distancias, Lupe pone toda la carne a la parrilla: suena la música de ‘Rocky’ y él emerge vestido de elegante blanco dando un doble salto mortal, evocando sus célebres piruetas como amo del skate.

Kick Push’ rompe el hielo a gran nivel. Lupe no quiere que se note pobreza: hay una banda completa, corista de apoyo, otro MC y luego aparecerá un coro de nueve personas. Lupe lanza sus rimas con flow pausado, pero lleno de intención. El rapero no quiere parecer un predicador, pero al verlo cantando la reflexiva ‘Hip Hop Saved my Life’, es evidente que está más cerca de su fe musulmana que del hedonismo tipo 50 Cent o Snoop Dogg.

Se le suele criticar a los shows de hip hop que suelen volverse monótonos al cabo de un rato. Este rapero hace todo lo que está a su alcance por conseguir lo contrario: desde los beats tocados en vivo hasta la presencia del mismísimo Matthew Santos en el sólido final con ‘Superstar’. Lupe se vale del hip hop pero no sigue sus reglas; su prioridad no son la ostentación ni el arribismo tan típicos del género sino la mirada interior con sensibilidad pop.

Se va Lupe y la esperanza es que el sector se aliviane de gente para esperar con más espacio a Rage Againt the Machine. Craso error: casi nadie se mueve y el público se vuelve 95% de hombres. Me muevo unos pasos y me encuentro con mi partner Nacho. La previa se vuelve muy incómoda: cada vez estamos más apretados y en la cancha no sólo hay negros y latinos; está lleno de Frat Boys con sus vasos llenos de Miller, gorro al revés y listos para golpear todo lo que se les ponga por delante.

20:30 horas: una ensordecedora sirena se escucha por los cuatro costados del parque. El telón del escenario estremece con su estrella roja al fondo. Aparecen Zack, Tom, Brad y Timmy. El grito es un solo: “We’re Rage Against the Machine from Los Angeles, California”. El bajo distorsionado de Timmy C da paso a ‘Testify’ y comienza la hecatombe: contra mi voluntad, soy zarandeado de un lado a otro, me pierdo con Nacho y en cosa de segundos acabo casi pegado a la reja de adelante por el costado izquierdo.

Los cuatro minutos del primer tema se van en un instante y llega pegada ‘Bulls On Parade’. La locura es absoluta: muchas chicas que habían osado llegar hasta acá tratan de escapar, mientras se forman numerosos pogos en distintas zonas de la cancha. De pronto, antes del final, el cuarteto detiene la canción. Desde el escenario, Zack De la Rocha asume que la cancha se ha tornado peligrosa e indica que no seguirán tocando hasta que la gente deje de apretar a los de adelante.

Tras la pausa, suena ‘People of the Sun’: con una canción así, no hay llamado a la calma que valga. Sobre el stage impresiona la mezcla entre fiereza y precisión de la base rítimica: el tatuado (y siempre sin polera) Timmy C luce su cabeza calva y tiende a mirarse todo el tiempo con el batero Brad Wilk, cuya ejecución impacta por su violencia desmedida. Tras ‘Bombtrack’, la acción vuelve a detenerse: hay numerosos heridos en la carpa de la Cruz Roja, y el jefe de seguridad se reúne con la banda. Otra vez hay llamados a la tranquilidad. Pero bueno, a esto vinimos: es Rage Against the Machine. Es una guerra.

Know your Enemy’ suena igual a ese legendario debut del ’93. Tom Morello brilla en el costado derecho: luce su clásica camisa con la inscripción ‘Tom’ con la iconografía de la marca Ford y su gorro rojinegro que dice “Unite”. El tema es idóneo para que Morello haga magia con su guitarra y sus infinitos efectos. Un crack. Pero nada nos prepara para el estallido de ‘Bullet in the Head’: ese bajo funky del comienzo más el apocalíptico final…wow. Tercer orgasmo del fin de semana.

Con el correr del setlist, los ánimos se van ralentantando y ahora es posible disfrutar del show sin tratar de destruir todo lo que se mueva. Incluso suenan tracks menos difundidos como ‘Born of a Broken Man’ o ‘Ashes in the Fall’. No es hasta ‘Wake Up’ que la audiencia vuelve a estallar: sobre el final del tema, los redobles de Brad quedan como único apoyo de un incendiario discurso de Zack: no sólo les reparte a los republicanos sino a toda la clase política. Incluso se refiere al “Brother Obama” y le exige que saque a las tropas de Irak cuando llegue a la Casa Blanca.

La banda sale del escenario. Para el regreso, ‘Freedom’ y ‘Killing in the Name’ acaban de estrujar las últimas energías que me quedaban. Jamás pensé que iba a ver estas canciones en vivo. Acaba de terminar el mejor show que vi y veré en el 2008. Los cuatro músicos alzan sus manos, saludan a la gente y luego, sorpresivamente se abrazan. Es como si incluso ellos mismos se dieran cuenta del extraordinario concierto que acaban de dar.

No doy más. Pero no hay descanso: 25 minutos después con Nacho estamos en el House of Blues. Llegamos a la mitad del breve set de Cansei de Ser Sexy, pero al menos pudimos escuchar ‘Let’s Make Love..’ y ‘Alala’. Como es habitual, la divertida Lovefoxx salió enfundada en un enterito de látex, maquillada como un payaso y con el pelo para todos lados.

Más tarde, Bloc Party estrenan temas nuevos: Kele Okereke reparte carisma y reconoce que “hacer esta tocata es mucho mejor que telonear a Radiohead”. Antes del final, mi cansancio es extremo: salgo del lugar y me pongo a conversar con Francine, una simpática y robusta morena. Hablamos de hip hop y le pregunto qué artistas le gustan: ella me habla de Talib Kweli y The Roots. ¿Y Kanye West?, pregunto. “Nahh, hip hop for white kids…too commercial”. Mmm, mañana saldré de la duda.

Tuesday, August 12, 2008

Everything In Its Right Place

VIERNES, DIA 1 LOLLAPALOOZA

Son las 12:35 del viernes 01 de agosto de 2008. Es la hora de entrar al Grant Park de Chicago para comenzar a vivir el festival Lollapalooza y mi pie me está matando. Estoy en un Wallgreen hablando con una farmacéutica para tratar de adormecer la molestia. Unos cuantos Ibuprofeno a la vena, 2 litros de agua para llevar y seguimos caminando por Jackson St. rumbo al parque.

Es fácil saber donde queda el evento. Son hordas de personas que se dirigen al mismo lugar y basta con seguirlas hasta encontrarse con el gigantesco inflable con el nombre del festival. Tras 45 minutos de larga espera en la fila, es nuestro turno: revisión básica de mi bolso y ya estamos adentro. El Grant Park es gigantesco y la jornada, muy larga. Temo por mi pie.

Al entrar con Nacho, hacemos un recorrido por el lugar. Recibimos nuestros libritos con la programación, y nos vamos al puesto de merchandise a vitrinear. Luego, paseando por Northpalooza, nos encontramos con varios stands de comida sana, además de hartos locales de venta de lentes, sombreros y chalas. Lo más llamativo: el Obama Store, puesto promocional para el candidato demócrata donde se insta a los presentes a inscribirse para votar y se venden poleras, chapitas y otras chucherías del senador por Illinois.

14:15 horas: en el escenario Bud Light parte el show de los ingleses The Go! Team. Comandados por la morena Ninja, el grupo es un pastiche de estilos que nunca pierde de vista el pop. Es como si sus canciones nacieran con estribillos pegajosos y luego se encargaran de ensuciarlas a punta de capas y capas de noise. La excéntrica presencia de dos integrantes orientales colabora en presencia escénica y el sonido de las dos baterías hace más denso el sonido mientras la vocalista baila, salta, grita y suda como condenada.

Antes de que acabe ese show, corro al escenario Playstation para quedar en segunda fila. Duffy aparece puntual: es su debut en Chicago y luce algo nerviosa. Abre a capella con ‘Syrup & Honey’. Luce vestido azul, cinturón blanco, y aros con forma de corazón. Es como una bandera yanqui. Sobre el escenario se ve musicalmente muy arropada: dos guitarras, teclado, bajo, batería y percusión. Compañía musical no le falta.

De pelo tomado, la galesa juega con el micrófono en ‘Rockferry’ y hace gala de su voz nasal en ‘Hangin’ on Too Long’, un tema que evoca al ‘I Heard it through the Grapevine’, del maestro Marvin Gaye. Duffy abre aún más sus ojos transparentes y no puede evitar gritar ‘It’s Hot in here, Chicago!’. El primer orgasmo de la tarde llega con la hipnótica ‘Serious’, el tema con el que más abandona la pose de niña juguetona y se asume como gata sexy.

Duffy tiene sólo un disco en la calle, así que para matizar un poco, qué mejor que un cover de los Stones. Suena una versión ralentada y aguardentosa de ‘Cry to Me’, y más tarde la rubia le dedica ‘Delight Devotion’ a un hombre que "me amó demasiado tarde”. Sobre el final se manda el lado B, ‘Please’, pero el cierre no puede ser otro: ‘Mercy’ suena fuerte y clara, y permite que Duffy vuelva a mostrar el poder de su voz. Es el final perfecto: nace una estrella, señores.

Mientras el público se retira a otros escenarios, yo me quedo estático y al frente comienza el rock a la Led Zeppelin de los Black Keys. Sonido sucio y largas barbas es lo que alcanzo a divisar antes de darme cuenta de que a un costado del stage de Duffy está pasando muy piola Perry Farrell, el mentor de este evento y alma de Jane’s Addiction. Tras largos minutos de pegarle varios gritos, logro atraer su atención y hablamos por breves segundos. Nos tomamos la foto de rigor y es momento de moverse. Me doy una vuelta en busca de líquido, y hago algo de hora a la espera de Chan Marshall, la magnética Catpower.

Un tecladista con look gótico, un baterista cuarentón y el certero guitarrista Judah Bauer (Jon Spencer) le cuidan las espaldas a Catpower quien, tras una intro, emerge zigzagueante enfundada en jeans gastados y un polera roja con una leyenda que dice ‘People Have the Power’. Esa camiseta luchará todo el set por bajar desde su hombro izquierdo sumando tensión a un escenario que es una olla a presión.

La voz de Chan es puro blues: sentida, intensa, afectada. Te remece sin pausa con olas vocales aterciopeladas y esa pasión con la que se apropia de canciones ajenas como ‘New York’ o ‘Fortunate Son’. No hay comunicación con la audiencia: la nena canta para exorcisar demonios, no para congraciarse con personas; por lo mismo, su único diálogo es interior y su sola preocupación son los acoples cada vez más constantes del inadvertido bajista. Chan no sabe de quietud: se moverá como una pantera de lado a lado del escenario durante el resto del set, sin encontrar jamás la calma; a veces, para dialogar con el tipo de la mesa de sonido, y también, para testear el alcance del cable de su mic.

De cualqier modo, los imprevistos son parte natural del paisaje en un show de Catpower y no alcanzan a empañar canciones gloriosas como ‘Lived in Bars’ o ‘The Greatest’. El fin del set de Catpower marca la cuenta regresiva para Radiohead. De aquí en adelante el minuto cero será el momento en que Yorke y compañía comiencen a hacer magia. Pero falta para eso. Han comenzado los Raconteurs en el stage Bud Light y están dando un show de la puta madre. No hay caso con Jack White: a pesar de eludir el protagonismo sumándose a un cuarteto, su guitarra está fuera de control y hace que Brendan Benson y el bajista de lentes gruesos, Jack Lawrence, se vuelvan meros objetos decorativos.

En los 25 minutos que alcanzo a ver de Raconteurs, Jack White corta una cuerda de su guitarra, obliga al público a múltiples ovaciones en medio de los temas, toca canciones que no salen en ningún disco y sentado al piano, se despacha un lento asombroso. No lo puedo creer: ya son las 18:40 horas y si mis cálculos son correctos, más vale que vuele al escenario AT&T, en el otro extremo del parque. En el camino, intento sin éxito chequear algo del show de los Cool Kids (revelación actual del hiphop gringo) y paso de largo por el set de Cansei de Ser Sexy (ya los veré). Ni hablar de Bloc Party. Falta una hora para el minuto cero, pero el escenario AT&T está peligrosamente atestado. Este es el único día que agotó tickets y los mismos gringos se ven particularmente ansiosos por ver a Radiohead; de hecho, a la hora de su show no habrá otros conciertos en paralelo. Ya somos 70 mil personas en la explanada más grande del Grant Park.

Esto se traduce en estar peligrosamente atrapado entre la masa con 30 grados a la sombra. No son las mejores condiciones para ver a Radiohead, pero es lo que hay no más. Con rigurosa puntualidad, los de Oxford emergen a las 20 horas con los acordes marcianos de ’15 Step’. A la izquierda del escenario, una bandera con el símbolo de la liberación del Tíbet tapa uno de los sintetizadores. Thom Yorke comienza con sus espasmos.

Debo ser honesto: aún no me comprometo emocionalmente tanto con ‘In Rainbows’; por eso mismo, lo que AHORA suena es lo que me deja en el suelo. Es ‘Airbag’, el track inaugural de ‘OK Computer’. Es Radiohead: es el soundtrack de nuestros tiempos, es la verdadera claustrofobia, el vacío infinito. Por un rato, el quinteto no deja de lanzar hits: suenan ‘There There’ y la grandiosa ‘All I Need’, entre otras.

El grupo se ve cohesionado en escena pero hay dos elementos que se destapan del pelotón: uno obviamente es Thom Yorke, quien provee de humanidad a una máquina demasiado aceitada para parecer con vida; el otro es Johnny Greenwood: el músico dejó hace rato de remitirse sólo a la guitarra, y navega entre cables, máquinas de samples y teclados sin rumbo definido.

A ambos costados del escenario, las pantallas gigantes se partieron en 8 recuadros sólo para este show. ¿Qué proyectan? Provistos de cámaras fijas e invasivas por todos lados, los Radiohead convierten las big screens en otra performance más. Una bien shockeante, por lo demás.

A la altura de ‘The National Anthem’, la tecnología de iluminación LED provista por la banda comenzó a robarse la película. Con distintos colores, tonos e intensidades, el juego de luces deslumbró por sí solo y entregó el mood perfecto a cada una de las canciones. Sobre la mitad del set, el grupo comenzó a regalar gemas inolvidables: ‘No Surprises’, ‘Lucky’ y en especial, ‘The Bends’ (la guitarra de Johnny!!), desembolsaron recuerdos y desgarraron viejas heridas.

Dicen que los campeones también necesitan una pizca de suerte. Es lo que pasa en ‘Everything In Its Right Place’: sobre el final de la canción, el sector posterior al parque se ve inundado por las luces de un festival de fuegos artificiales que vienen de un lugar indefinido. En ese marco suena mi peak de la noche, ‘Fake Plastic Trees’. Imborrable.

El día ha sido largo y mi pie ha pasado la prueba con no poca dificultad. Por eso, el bis de Radiohead emerge como un bonus inesperado. La banda sigue regalando maravillas y se despachan ‘Paranoid Android’ y una versión francamente sublime de ‘House of Cards’. Tanto así, que Thom Yorke acusa lo abrumada que está la audiencia. ‘You are Quiet’, Chicago’, dice antes de mandarse con ‘Optimistic’. Tras una nueva salida, el grupo regresa para el epílogo: ‘2+2=5’ y el gran final con ‘Idioteque’. Es un final tan radical, tan poco rockero, tan anti clímax que, por insólito que parezca, la multitudinaria audiencia se retira en silencio.

Es como si cada uno pensara en su propio vacío y en cómo ‘Idioteque’ se convirtió en una canción que representa tan bien un estado de ánimo tan masivo. Al menos, yo pienso en eso.

Es hora de dormir. Al día siguiente hay un encuentro histórico con Rage Against the Machine.